Héctor Martín es un realizador, fotógrafo, operador, y sin duda un muy creativo cineasta, autor junto a sus colaboradores habituales de cortometrajes como “Pretérito, imperfecto y simple“, “Bisnes (Negocios)“, o “Serial k” entre otros. Además de trabajos en vídeo para grupos musicales como “Marvel Hill“.
Hoy retomamos la sección “un corto” con uno de sus últimos trabajos, se trata del corto “Sin Causa ni Efecto“, una comedia de unos cinco minutos, rodada en el sur de Tenerife. Interpretada por Lisa Schütz, Toni Losada y Alberto Hernández con argumento y guión de Héctor Martín. Inspirada según nos cuenta, en unas sensaciones provocadas luego de ver esa gran película que es Zodiac de David Fincher. De eso y muchas otras cosas al respecto de este trabajo nos habla en este texto, que con mucho gusto, humor y detalle nos ha escrito para este blog.
Una noche de diciembre del año pasado estaba en casa viendo Zodiac, la infravalorada y a mi juicio genial película de David Fincher sobre el asesino de la bahía de San Francisco. En una de mis secuencias favoritas, una pareja de novios pasa la tarde plácidamente a la orilla de un idílico lago cuando un encapuchado los asalta, cose al chico a puñaladas ante los gritos de su novia y luego hace lo mismo con ella. En ese momento lo vi claro. Yo también quería matar una pareja de enamorados. Y quería matarlos por la cara.
Cuando terminé de escribir el argumento Zodiac aún no se había cargado a la siguiente víctima. Aunque con esa misma rapidez, aquel papel acabó en La Carpeta de la Mañana Siguiente, cajón desastre donde suelen acabar Las Barbaridades de la Noche Anterior. Las razones de su caída en desgracia fueron tres. La primera, porque me di cuenta de que simplemente había copiado la secuencia. La segunda, porque pensé que quedaría mejor matar sólo al chico y dejarla a ella gritando. Y la tercera, porque se lo conté a mi compañero de piso. En su opinión había poca sangre. Y faltaba un buen sacrificio ritual.
La nueva versión tenía más flecos todavía, porque si llega un encapuchado que destripa al novio en plan ofrenda pagana, la chica no se queda sentada en el parque, mirando el paisaje y chorreando sangre como si tal cosa. Necesitaba a alguien capaz de abstraerse por completo aunque despellejaran vivos a sus padres delante suyo. Así que El novio y La novia se convirtieron en El Quinqui Anónimo #1 y El Quinqui Anónimo #2, y El Encapuchado Asesino se transformó en El Mago Asesino, propietario de los terrenos donde se desarrollaría la historia.
Dos semanas después, ya con el reparto terminado (dos colegas y un primo), la localización elegida (a doscientos metros de mi casa, ventaja nº 237 de ser de pueblo) y el equipo a punto (estrenándolo), me puse a la tarea de reunir el atrezo. La verdad es que ni eran demasiadas cosas ni difíciles de conseguir, pero dos de ellas tuvieron su aquel, porque frases del tipo “necesito un cuchillo como para matar gente, de este tamaño más o menos” o “¿me podría conseguir tres corazones que parezcan humanos?” no suelen transmitir mucha confianza en los tiempos que corren. El resto fue cosa de mi padre, que se encargó de que el cuchillo se clavara, de que el corazón latiera y de que los fluidos vitales manaran a chorros. Y quiero aprovechar aquí para limpiar su buen nombre como diseñador de efectos recalcando que, con respecto a la sangre, él sólo la hizo fluir. Aquel asqueroso brebaje que resultó tener la textura y el color del vino de las romerías lo hice yo solito. Aunque les juro que al tipo de YouTube le quedaba increíble.
El día del rodaje llegó la enésima confirmación de que si algo puede salir mal, sale mal: el actor que iba a hacer de El Mago, y por un motivo que no viene a cuento ahora, se cayó del reparto. Y yo me quedé igual que Ignatius Reilly cuando vio aparecer la ambulancia por la calle Constantinopla, sintiendo que la rueda de la diosa Fortuna giraba hacia abajo por última vez. Pero ni la Ley de Murphy ni el genio de Nueva Orleans tuvieron en cuenta el refranero español, porque aquí todos sabemos que no hay mal que por bien no venga. Y para seguir con el símil de La conjura de los necios, el caso es que detrás de la ambulancia que quería llevarse a Ignatius al manicomio también venía mi Myrna Minkoff particular para evitarlo. El Mago se caía del reparto, sí, pero traía una alemana rubia y con rastas para sustituirlo. Acababa de nacer La senderista asesina. Era el cuarto y definitivo argumento, y volvía a tener un personaje femenino en el reparto, pero esta vez del lado contrario.
Rodamos por la tarde. Tuvo que ser una cosa rápida, porque calculé mal la hora y se nos iba la luz, así que a las seis o siete tomas dejé el trípode en la bolsa. Además, como la planificación fue nula y lo único que tenía parecido a un guión era una sucesión de planos en la cabeza, tuve que filmarlo en orden cronológico. La guinda del pastel es que la alemana no hablaba español, y tuve que comunicarme con ella en un inglés macarrónico que me dio más de un quebradero de cabeza. Finalmente conseguí acabar antes de que se fuera el sol, y esa misma noche, de la misma forma improvisada con que lo había hecho todo, lo monté de un tirón.
El resultado de semejante producción dejo que lo vean y lo critiquen ustedes solos, porque, con todos mis respetos, llevo más de mil palabras vendiéndoles la moto sobre una historia de cinco minutos que no tiene ni pies ni cabeza. Un pequeño disparate sangriento que en los créditos dedico a la gente de Granadilla, y que ahora quiero dedicar también a todas las personas que me ayudaron a llevarlo a buen puerto: a mis padres, a Fran, a Alberto, a Toni, a Lisa, a Óscar, a Damián, a Sebastián y a Josué.
Y a ustedes, lectores de La Noche Intermitente, sólo me queda decirles que en realidad mi corto no tiene nada que ver con El nombre de la rosa, ni con La conjura de los necios, ni con ninguna otra novela que de esas que cita la gente para quedar bien. Y que si tiene algún parecido con Zodiac es porque la estaba viendo aquella noche de diciembre del año pasado en que tuve la idea de cometer un asesinato sin móvil ni sospechoso, sin venir a cuento y sin que a nadie le importara. Un caso que ni fray Guillermo de Baskerville, ni Dave Toschi ni el mismísimo Patrullero Mancuso fuesen capaces de resolver. Un crimen Sin causa ni efecto.
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